jueves, 5 de septiembre de 2024

Los últimos amantes



 Ríen abrazados los últimos amantes junto a un mar ahora plácido y casi liberado de miles de ruidosos turistas de ocasión. Apuran los atardeceres de este intenso verano cálido y envolvente entre abrazos y risas. Y en cada nuevo abrazo, se funden en un beso   largo y apasionado mientras el sol se muere de viejo a sus espaldas ahogándose en el mar.

Se atemperan las tardes de este septiembre neutro y anodino. Mientras, sus días obreros van torneando una preciosa cuna con madera de hayas, de sauces, de castaños...para el otoño-niño que llegará una tarde cualquiera entre brillos dorados y entre sábanas tibias. Y un viento renovado anunciará, con ráfagas de lluvia, su feliz nacimiento. Nos llegará el otoño con un sol amarillo bajo el brazo y una risa de ámbar transparente que hará brotar, cual manantial divino, el mosto azucarado de las cepas.

 

Se despereza la luz de la mañana sobre los tejadillos repletos de vencejos soñolientos aún. Más allá de las torres sin almenas, se desnuda la sierra de perennes verdores y se pone su camisón de niebla para dormir un sueño que durará seis meses, hasta la siguiente primavera. Es tiempo de nostalgias, de añoranzas de unos días sin horas y sin prisas que, al igual que las aves migratorias, se escaparon huyendo de los fríos. Es tiempo de reposo, de planes y proyectos para el futuro incierto que, como un tren cansado y renqueante, nos lleva sin remedio, entre enormes volutas de humo negro, hacia el túnel oscuro del invierno.

 

Los últimos amantes regresan a sus casas de cálidos salones con paisajes marinos que a ratos mirarán con furtivas miradas de ojos entornados. Dejan atrás la playa y se llevan, guardados bajo llave y en cofres de colores, las risas y los besos del verano. Es su mayor tesoro.

El próximo verano volverán para rendir tributo, un año más, al amor, a la vida...

 

viernes, 14 de junio de 2024

Entre los cerezos

 


En junio, los cerezos están en plena madurez. Orean sus hojas, de un verde intenso, con la suave brisa del amanecer y alargan sus ramas hasta el infinito tratando de alcanzar los primeros rayos de un sol aún niño. En esa hora primera, todo el valle es un aquelarre de verdes fantasmas de  esqueléticos brazos que pugnan por la vida. Y, entre ese verdor tupido e intenso, colgadas de finos peciolos inquietos, como columpiándose cual niñas traviesas, asoman sus caritas rojas de doncellas tímidas, ellas, las cerezas.

En pequeños grupos o solas, rompen con su grito grana y bermellón, con su redondez de jóvenes frutas traviesas, la monotonía del salvaje verdor de las copas. Desde lo alto de las sierras que abrigan el valle, el espectáculo está garantizado. Cientos de cerezos de verdes melenas salpicadas de motitas rojas cual rubíes de fuego, cubren las laderas para asombro y gozo de los visitantes.

Al fondo, deslizándose a lo largo del valle cual plácido ofidio de camisa azul, el Jerte sonríe satisfecho lanzando reflejos de estelares brillos a los cuatro vientos. Como cualquier padre, se siente orgulloso y un tanto abrumado por tanta belleza.

Al menos, una vez al año, regreso a este valle a disfrutar de su belleza, pero también en busca de un sueño antiguo.

(Te fuiste una tarde como esta de junio de este valle nuestro. Yo vuelvo a su abrigo cada primavera: Te sigo buscando entre los cerezos”)

 

sábado, 25 de noviembre de 2023

Lluvia de Noviembre

                                                  Cáceres: Ciudad Antigua



Llueve torrencialmente sobre las piedras milenarias de la ciudad dormida.

 

La luz de los focos que iluminan las fachadas palaciegas y las torres desmochadas, se ha vuelto de  un color amarillo intenso. Se me antoja el aliento de espíritus inquietos torturados en los siglos más oscuros del medioevo.

    

  Hay un misterio tal en el aire acuoso de la  noche, cuando la lluvia empapa el alma de esta ciudad sedienta, que hasta el trasiego del escaso tráfico nocturno parece amortiguarse.

 

  Cada ráfaga de viento huracanado pareciera golpear la placidez y el sueño de siglos de quietud de la ciudad ausente. El cielo se anaranja por poniente.

 

  Por el parque desierto, cruza la sombra errante de un hombre solitario. Quizás vaya escapando del hastío que supone vivir sin horizontes ni esperanzas. O tal vez sólo huya de su propio destino.

 

  Golpea furiosa la lluvia contra los  adoquines, arrastrando en su ira las pocas hojas muertas que quedaban asidas a las ramas de los sufridos plátanos de sombra.

 

  El cielo se desangra en agua negra y el aire se satura de una humedad perversa que ataca la garganta de la noche.

 

  ¡Qué monstruo inesperado puede hacerse la lluvia  cuando baja sedienta de torrentes! 

 

 Esta no es la misma lluvia que en los postreros días de septiembre regaba suavemente los parterres donde las margaritas y las rosas sonreían a un otoño- bebé, recién nacido.

 

   Pasada la tormenta, la ciudad solitaria retornará a  dormir su sueño milenario de doncella encantada.

 

 Y, cuando asome el alba por detrás de las torres, nos  mostrará orgullosa su preciosa silueta de pétrea desnudez recién bañada y perfumada con las más exquisitas y excitantes fragancias traídas del último confín del universo .