Fenece esa llama insolente apagando (pagando) su osadía de luz intrascendente de farol ante la fastuosidad de esa luna redonda que en cada plenilunio le muda la razón en mística locura y lo empuja sin pausa y sin remedio a venerar su luz, a amarla sin medida.
Y es que
el día que entendemos que el sentido final de este incierto viajar de la cuna a
la tumba no es otro que el amor, nada ni nadie podrá ya detener ese río que
fluye sin diques ni barreras.
Es
entonces cuando, hasta la pobre luz de este farol mohíno y solitario, se
atreverá a reunir todo el valor del mundo para mirar de frente y a los ojos a
esa belleza pálida de guiños seductores que en cada plenilunio lo hechiza con
su magia redonda de eterna enamorada, hasta hacer de su humilde alumbrar apenas
un suspiro de brillos apagados de tanto desearla.
Pero a él
no le importa perder toda su luz en cada luna llena porque sabe que al fin no
hay nada más hermoso que morir por amor.
En las
noches sombrías, solitarias y eternas...suspira y se estremece la llama del
farol mientras sueña impaciente con la feliz llegada de un nuevo plenilunio.