sábado, 17 de febrero de 2018

Invierno





Te fuiste en primavera y ahora, en el verano, es tan viva la luz  que anida en mi retina, que apenas te recuerdo.

Pero sé que, cuando lleguen los fríos del invierno, cuando la densa niebla cubra el valle con su velo de gotas engarzadas, cuando la escarcha forme sobre los charcos dormidos del sendero un mosaico de diáfanos cristales de carámbano, entonces, sólo entonces...
...volveré a ver tus ojos que me miran desde el suave fulgor de la mañana.
...volveré a oír tu voz en mis oídos susurrándome bajito, muy bajito, dulces palabras de amor.
...volveré a ver tu cara en los espejos de la tarde, mientras la última luz juega a esconderse tras las montañas azules de poniente.

Cuando los troncos secos crepiten en mi solitaria chimenea.
Cuando los fríos puñales del hielo de la noche cuelguen desde el alero del tejado, amenazando con caer sobre los setos de las mustias caléndulas, entonces, sólo entonces...
...mi alma se impregnará del terrible vacío que se dejó olvidado tu insoportable ausencia. 

 


Esas gotas de rocío sobre la hierba, son tus lágrimas.
En la cegadora claridad de la mañana, está tu intensa luz.
En la rítmica canción del chorro de la fuente, está tu risa.
En los ojos asombrados, muy abiertos, de los niños ante el mar, están tus ojos.
En el cenit de los días, sol lejano, está tu silencio.
Con la brisa de la tarde, en primavera, llegan hasta mi las notas de aquella nana primera, dulzura para el alma.
En los atardeceres encendidos del verano, veo tus párpados cerrados por el sueño y la fatiga.
Y en la noche negra, triste y solitaria, se desparrama tu pelo para cubrir mi sueño ilusionado.

Siempre, siempre estarás tú. En todo y a todas horas estarás tú.
Porque gracias a ti, madre querida, mi triste corazón aprendió a bailar con ritmo acompasado y seguro, la bella danza del amor en este inmenso salón de baile que es la vida

viernes, 16 de febrero de 2018

Madrugada

     

   A veces, de madrugada, salgo a la terraza y, con mi taza parisina de humeante café en la mano, observo la ciudad...

Me fascina el silencio de la hora, la callada presencia del aire entre las ramas y el brillo tembloroso, como inseguro, de alguna estrella lejana...Pero, sobre todas las cosas, me fascinan las luces que a esas horas permanecen encendidas aún, tras las ventanas. Las observo y, sin saber muy bien por qué, me imagino que, bajo cada una de ellas, allá en el salón cálido y confortable, hay alguien que espera...Que espera a que la persona adecuada llegue a su vida...la esperan en silencio, convencidos de que tarde o temprano, llegará...llevan toda una vida en esa dulce espera....

Lo que ellos no sospechan es que aquel o aquella a quien esperan, está igualmente esperando bajo otra luz igual de mortecina...esperando también a alguien que les quiera...