Esas gotas de rocío
sobre la hierba, son tus lágrimas.
En la cegadora claridad de la mañana, está tu intensa luz.
En la rítmica canción del chorro de la fuente, está tu risa.
En los ojos asombrados, muy abiertos, de los niños ante el mar, están tus ojos.
En el cenit de los días, sol lejano, está tu silencio.
Con la brisa de la tarde, en primavera, llegan hasta mi las notas de aquella
nana primera, dulzura para el alma.
En los atardeceres encendidos del verano, veo tus párpados cerrados por el
sueño y la fatiga.
Y en la noche negra, triste y solitaria, se desparrama tu pelo para cubrir mi
sueño ilusionado.
Siempre, siempre estarás tú. En todo y a todas horas estarás tú.
Porque gracias a ti, madre querida, mi triste corazón aprendió a bailar con
ritmo acompasado y seguro, la bella danza del amor en este inmenso salón de baile
que es la vida
En la cegadora claridad de la mañana, está tu intensa luz.
En la rítmica canción del chorro de la fuente, está tu risa.
En los ojos asombrados, muy abiertos, de los niños ante el mar, están tus ojos.
En el cenit de los días, sol lejano, está tu silencio.
Con la brisa de la tarde, en primavera, llegan hasta mi las notas de aquella nana primera, dulzura para el alma.
En los atardeceres encendidos del verano, veo tus párpados cerrados por el sueño y la fatiga.
Y en la noche negra, triste y solitaria, se desparrama tu pelo para cubrir mi sueño ilusionado.
Siempre, siempre estarás tú. En todo y a todas horas estarás tú.
Porque gracias a ti, madre querida, mi triste corazón aprendió a bailar con ritmo acompasado y seguro, la bella danza del amor en este inmenso salón de baile que es la vida
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